
Al no encontrar un lugar especial para estudiar mi carrera, comencé a comprar libros de figura humana y animales para ser autodidacta, sin embargo, a pesar de que dibujaba bien, siempre sentí que algo faltaba en mis trazos: una guía, una dirección. Una opinión profesional.
Como es normal en la adolescencia, uno empieza a dejar las fantasías atrás y surge un mayor interés en la vida social y realista. Incluso hubo una época en que quería dedicarme a la psicología, que no es que sea mala, pero ahora que lo veo, habría cometido un gravísimo error.
Parecía, en verdad, que mi búsqueda había llegado a un fin. Definitivamente nunca encontraría, al menos aquí en México, gente profesional que se dedicara al dibujo y a la caricatura. Yo continuaría dibujando, pero por lo general, en los tests y fichas de personalidad siempre pondría al dibujo tan solo como un “hobby”, no más.
Algo triste, ¿No es así? Pero es en este tipo de situaciones que, si eres persistente, en medio de la oscuridad, surge la esperanza.
A la edad de 15 años, un día viendo la tele, estaban anunciando la Feria Metropolitana del Libro en el World Trade Center, y uno de los reporteros que dio la nota mencionó que uno de los puestos más visitados en la exposición era el de cómics. Fue entonces en ese momento que algo me activó de nuevo y decididamente fui con mi papá y le pedí de favor si me llevaba a la Feria del Libro, pues me había entusiasmado mucho la mención del dibujo y la historieta en la TV.
Mi padre accedió (agradezco enormemente el apoyo de mi familia en estas cuestiones pues sin ellos no estaría donde estoy ahora) y fuimos con un solo objetivo: hallar aquél stand de cómics del cual tanto hablaron en aquella nota televisiva.
Cuando llegamos, buscamos como locos el stand, pero según yo no lo hallamos, hasta que nos topamos con una multitud que se amontonaba y arremolinaba alrededor de un grupo de muchachos que estaban dibujando y regalaban sus bocetos a la gente. Había tantas personas, que no me atreví a pasar entre ellos pues por mi baja estatura y mi naturaleza enclenque pude haber sido pisoteada en el intento.


En mi escuela debíamos trabajar en un proyecto que necesitaría desarrollarse a todo lo largo del año escolar, por ende, se trataba de un trabajo muy elaborado, completo y sobre todo de calidad. Decidí que dibujaría un cómic, pero debía ser de calidad, por lo que necesitaría asesoría profesional, pero…¿Quién me la podría dar? Mientras meditaba sobre esto, vino a mi mente aquel tríptico que había adquirido alguna vez varios meses atrás. Puse mis cajones de cabeza hasta que por fin lo encontré. Lo leí, y venía en él una página de Intenet, en la cual hallé una dirección de correo electrónico, a la cual escribí y pregunté si era posible que me pudieran dar una asesoría rápida en mi dibujo para un proyecto escolar.

Al día siguiente, un mail nuevo se encontraba en mi bandeja de entrada. La respuesta fue afirmativa y con gusto me darían la asesoría, pero debía yo llevar algunos trabajos míos ya realizados. Al final del mail, firmaba alguien llamado Oscar González Loyo.
Hice cita y fui al estudio con mi mamá un Sábado a las 11 am. Me recibió una muchacha que por su aspecto pensé que tendría más o menos mi edad. Dijo llamarse Rebeca Soriano.

- ¿Qué tal? Soy Oscar González Loyo- dijo él.
- Mariana Moreno, mucho gusto- contesté.
- Me comentabas que querías que te diéramos asesorías.
- Sí, tengo un proyecto escolar y quisiera solo una asesoría rápida.
¡Ja ja! Jamás imaginé que me encontraba frente a frente con una eminencia del cómic a nivel internacional, y mucho menos que comenzaría una asesoría “rápida” que hasta ahora ha durado tres años.

Oscar me pidió mis dibujos y los vio detenidamente. Yo solo miraba cómo él analizaba mis trazos y pronto me di cuenta que mis manos estaban sudando de los nervios que sentía al saber que al fin un verdadero profesional juzgaría mi trabajo.
Cuando terminó sólo me dijo que estaban muy bien y que sí me darían la asesoría. Continuó la plática y llegó un muchacho morenito y gordinflón, pero buena onda, que se llamaba Horacio Sandoval. Después conocí a una mujer muy agradable y risueña llamada Susana Romero. Fueron poco a poco saliendo a la reunión Tonatiuh Rocha, Lalo Mendoza, Alex Palomares, Ángel Saday, Mauricio Cosío y así con el tiempo fui conociendo a todos los integrantes de K!, incluyendo a las mascotas. Posteriormente me enteraría que aquel hombre de barba blanca era el padre de Oscar, Oscar González Guerrero, también una eminencia en la industria del cómic.
Nunca me imaginé que todas aquellas personas raras y amistosas las llegaría a amar como a mis propios hermanos.

Me retiré ese día, y recuerdo que al despedirme, Susy me abrazó y me dijo: Ya eres parte de K!, bienvenida.

- ¿Por que lloras, mi vida? – preguntó mi mamá angustiada.
- No lo sé, ma – respondí- me siento muy feliz.
Lo demás…es historia.

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